Cerca, la montaña siempre estuvo cerca. Mi primer acercamiento a ella fue tras la crisis argentina del 2001, cuando los viajes a Bariloche me llevaron a descubrir paisajes patagónicos y a dar mis primeros pasos en el esquí. Con el tiempo, mis travesías se volvieron más serias, y la montaña comenzó a formar parte de mi vida. Desde aventuras en familia hasta desafíos personales, cada experiencia me conectó más con la naturaleza. Hoy, como montañista y escritora, busco compartir mi recorrido y animarte a escribir tu propia autobiografía montañera. ¡Acompáñame en esta aventura!
Autobiografía montañera
No sé si les pasa a ustedes pero cuando converso con personas desconocidas en el ámbito de la montaña, todas tenemos el deseo de contar acerca de los cerros que subimos (o intentamos), de las travesías y de las experiencias que vivimos en la naturaleza. Nos proponemos hacerlo todo de un tirón o deslizando algún dato pero siempre intentamos transmitir las sensaciones, las dificultades o los logros. A veces con un afán competitivo pero la gran mayoría con la curiosidad de saber los recorridos de los otros, las experiencias logran cautivar las charlas entre las personas que se animan a trepar cerros. Es como un curriculum vitae pero sin todos los estudios y trayectorias laborales, sino con nombres de montañas, provincias y países, complejidades del terreno y alturas sobre el nivel del mar. Esas conversaciones tampoco omiten -bajo ningún punto de vista- los intercambios examinadores sobre el equipo de montaña que incluyen marcas, tejidos y precios. Porque los que transitamos la montaña, mientras no estamos en ella, pensamos en ella. Pensamos en las próximas aventuras, en futuras rutas, en posibles compañeros de montaña, entrenamos para ir a la montaña, compramos y vendemos artículos de montaña, buscamos información y productos en páginas argentinas e internacionales, y así, pasamos los días lejos de la montaña (pero acercándola como podemos) y esperando la oportunidad para subir algún cerrito.
Hace muy poco ingresé como colaboradora en una revista de montaña, la del CCAM, y al aplicar al espacio, me pidieron que les envíe el Curriculum Vitae. Tuve dudas acerca de qué podía enviarles. Evidentemente la selección estaba dirigida a personas que estén relacionadas con el mundo del montañismo y que, además, tengan habilidades en la redacción. Pasé años y años dedicada al mundo académico y mi curriculum actualizado solo tiene estudios y trabajo docente. Serviría para la pata de escritura -me dije- (aunque está armado más para concursos docentes que para otra cosa) pero no supe muy bien qué decir acerca de mi vida en la montaña. Lo mismo sucedió cuando tuve el primer encuentro. “Salgo hace solo algunos años a la montaña” dije tímidamente sintiendo cierto halo acusador y pensando que mi experiencia era cuasi nula. Logré ser parte de ese espacio. Sin embargo, la idea acerca de cuál era mi recorrido montañero quedó resonando.
Una de las actividades que realizo como tallerista en diferentes espacios de trabajo es la escritura de la “autobiografía lectora”. Allí los estudiantes deben volcar, de alguna manera que no voy a develar aquí, sus recorridos lectores. La autoficción es un género que me encanta y por eso siempre apelo a escribir desde ese lugar. Entonces, una cosa lleva a la otra, y acá estamos escribiendo mi autobiografía montañera (aunque no estoy muy segura si debiera titularla así). Una amiga colombiana me dijo que, en su tierra, “montañera” significa más bien alguien medio “dormido”. Montañera, montañista, escaladora, trepacerros, aventurera. De ese perfil salvaje es que quiero escribir este mes así que, espero que les guste y, luego de la lectura, los y las invito a escribir sus propias autobiografías montañeras. No vaya a ser cosa que un día se encuentren con un
curriculum lleno de trabajos de oficina y ningún cerrito anotado.
La iniciación
Cerca, la montaña siempre estuvo cerca.
El primer suceso que derivó en mi acercamiento a la montaña fue, de algún modo y paradójicamente, la crisis argentina del 2001. Mi amigo Paulo casi pierde la vida en las protestas del 20 de diciembre y, entre una cosa y otra, todo derivó en una vida diferente en Bariloche junto a su novia Juliana. Lo siguiente fueron los viajes de visita a la pareja amiga. Desde traslados en tren, en moto o en colectivo, siempre íbamos a Dina Huapi para pasar tiempo con amigos y conocer el paisaje patagónico. A veces con más o menos recorridos, las visitas siempre incluían algún lago, cierto recorrido montañero y hasta los primeros pasos en el esquí. Todo a pulmón y lo más low cost posible.

Con Gonzalo en el Cerro Catedral, año 2006
Viajar en moto por el sur, con una Yamaha 125, con casi nada de equipo y conocer el Volcán Lanín fue otro de los sucesos que sentó las bases de mi espíritu montañero. Todo lo hacíamos con una carpa prestada y aprendiendo paso a paso o, más bien dicho, “a prueba y error”. Siempre nos faltaba abrigo, perdíamos algo en el camino o no calculábamos bien los tiempos pero -me justifico hoy en día- antes la información circulaba mucho menos que ahora.
También me inspiraron mis largas estadías en otros países. En el norte de Estados Unidos trabajé cuatro meses en un pueblito que tenía un gran centro de esquí como medio de subsistencia. Allí conocí el snowbording (en la temporada 2005-2006) actividad que descarté rápidamente al romperme la muñeca a las pocas horas de comenzada la experiencia.

En las pistas de Stowe, enero 2007
En Nueva Zelanda conocí el deporte de orientación (2007-2008). Recorrí varios lugares de la isla norte corriendo con un mapa y una brújula en mano, y me enamoré completamente de la actividad. Creo que conocer un país tan conectado con la naturaleza me llevó, también, a querer evitar grandes ciudades y tener como objetivo establecerme en espacios más cercanos a las montañas (aunque aún siga siendo un sueño).
Al volver a la Argentina, seguí con la actividad de orientación y comencé a participar en Adora (ex organización del deporte de orientación en Argentina) con quienes viajé a Brasil al campeonato internacional de orientación (2009). De ahí mi gusto por los mapas y mi costumbre de llevarlos a la montaña. Me gusta entenderlos, calcular distancias, pensar recorridos posibles.

Campeonato argentino de orientación, octubre 2022
Luego de mucho andar, me quedé en Buenos Aires. Terminé la carrera universitaria, me junté con Gonzalo y tuve a mi hijo. Compramos un auto, construimos una casa, adoptamos un perro. Empecé a trabajar mucho más como docente y el deporte quedó como algo excepcional pero que pujaba por estar presente. Fueron años de mucho trabajo para refaccionar la nueva casa y sostener el nuevo proyecto de vida. También todo muy a pulmón y lo más low cost posible.
Sin embargo, reemplacé los viajes al exterior por travesías en auto -la moto era muy poco para las distancias que queríamos realizar y los lugares a los cuales queríamos llegar-. Un mes era la medida. Auto cargado hasta las manijas, carpa y comida para andar por las rutas argentinas era la consigna.
El viaje por el norte en enero de 2012 fue iniciático. Con mi primer auto, un Peugeot 306, y con poca experiencia en el manejo, nos aventuramos por las rutas argentinas. “Hasta el límite”, dijimos. Y así anduvimos recorriendo Tucumán, Salta y Jujuy. Con algunos intentos de trekking cortos como el de Iruya a San Isidro que no pudimos completar pero que concreté en el año 2020. A ese viaje se le sucedió otro mes completo en 2013. Esa vez habíamos elegido Mendoza y San Juan e incluyó el trekking a Confluencia en el Parque Provincial Aconcagua. El bichito de la montaña comenzaba a picar más fuerte. Las caminatas se hacían cada vez más largas.

Parque Provincial Aconcagua, enero 2013
El siguiente viaje ya sucedió con bebé en brazos. Con solo tres años, Fabrizio pasó su primer mes en el vehículo familiar. También disfrutó (eso creo) de los campamentos y de las caminatas a upa de mamá. Éramos unos locos con el nene en pañales tratando de subir los caminos hacia el mirador del cerro Tronador o tratando de realizar alguna caminata en los parques nacionales que acompañan el recorrido de la ruta 40. Por supuesto, siempre volvíamos a Bariloche. Siempre con viajes intermedios para esquiar, pasear o simplemente visitar a Paulo y July.

Fabrizio en la guagüita. Camino al cerro Tronador, enero 2017
La cosa se empezó a poner seria
Me parece que la separación de mi pareja y la vuelta a vivir en un pequeño departamento me dio el empujón para redoblar las apuestas. La soledad nos ayuda a escucharnos. Nos ayuda a darnos cuenta qué queremos. Encontrarme sin nada de lo que tanto me había costado construir y con un virus letal acechando a cada paso, definitivamente, me conectó con lo más auténtico. Era la primera vez en muchos años que estaba sola. Era una soledad profunda. Desprovista de toda la materialidad que me había rodeado. Había trabajado a destajo los últimos diez años de mi vida para construir una casa y tener “cosas”, y de un sacudón, estaba sentada en un departamento alquilado con una olla y un juego de cubiertos. Había que comenzar todo de nuevo y esta vez iba a hacer lo que sentía, iba a escucharme más, y eso implicaba volver a viajar y conectarme con la montaña de lleno.
Lo siguiente fue viajar a Córdoba. En abril de 2021 realizamos con Fabrizio el camino hacia el dique los Alazanes. Pasamos una noche en un refugio y nos pegamos la vuelta. Fabrizio caminaba al frente apoyándose en una rama. Mientras, iba proyectando los planes futuros. Yo andaba con la misma mochila con la que había viajado durante tantos años. La misma mochila que me había ayudado a elegir mi mamá para el primer viaje largo al norte de los Estados Unidos.

La primera mochila. Camino al Cajón del Azul. Enero 2022
Volví de Córdoba y la decisión estaba tomada. Necesitaba un entrenamiento de montaña y aprender más sobre la actividad. En junio de 2021 empecé en el Grupo de Entrenamiento de Montaña de Argentina Extrema (en el que sigo estando) y todo empezó a ponerse un poco serio.
Ese mismo año, en septiembre, nos fuimos con mis compañeros del grupo y los guías-entrenadores a subir el cerro Champaquí en Córdoba. Fue como un viaje de egresados: risas, charlas y, además, la cumbre. Pero también fue el inicio de algo que quedó arraigado. Es como esa frase que le dice Thelma a Louis -en mi película favorita- cuando logra experimentar la libertad plena. Ella dice: “algo me ha atravesado y ya no puedo volver atrás”.
El aprendizaje en la montaña vino acompañado de la iniciación a la escalada. Si bien había intentado alguna vez en el año 2015, mi hijo era muy chiquito y los requerimientos de la casa y la familia provocaron que abandone a las pocas semanas. Ahora con Fabri más grande y con los objetivos más claros, volví al mismo lugar en donde había comenzado, a Golem, un pequeño Boulder de Avellaneda (muy diferente a los de zona norte). En agosto de 2022 comencé mis primeros pasos que devinieron en cursos de escalada y salidas a la roca con diferentes grupos de entrenamiento (Golem, Argentina Extrema, Garza Climb) o con amigos. Los recorridos fueron varios pero siempre en Mendoza o Buenos Aires. Conocí lugares como el Chorro de la Vieja, el Conglomerado, la Vigilancia, Difuntos, Sierra de los Padres, Azul, Cacheuta con el Puesto del Sol, la Quebrada del Toro, la Mancha y el Escarabajo. Con ellos también realicé los cursos de radiofrecuencia en zonas agrestes (Golem y Argentina Extrema, 2023).

Escalando con Fabrizio en Azul, Octubre de 2022
El viaje en auto por un mes no quedó descartado en esta nueva etapa. En enero de 2022, nos dirigimos en dirección al sur y el objetivo era llegar al Glaciar Perito Moreno. Por supuesto, los trekking intermedios también se pusieron más serios. Lo más complejo fue que mi hijo de 8 años se aventure a las caminatas largas y con cierta exigencia. El viaje incluyó la vuelta al lago Lacar en San Martín de los Andes caminando durante tres días (desde Quila Quina hasta Cha Chin). Luego, realizamos el turístico -pero dificultoso- Cajón del Azul y, posteriormente, la Laguna de los Tres en el Chaltén que nos requirió dos noches en campamentos intermedios con nevadas inesperadas que implicaron cierto temor en mí pero mucha felicidad para Fabrizio.
Ese mismo año conocí la cumbre del Cerro Tres Picos. Y en Julio realicé el Sendero de las Nubes en Salta (Camino del Inca Qhapaq Ñan) al que llegué desde Tucumán con la nueva aventura de hacer dedo por las rutas argentinas. Mi espíritu viajero estaba haciendo lo suyo. Hacia finales de ese mismo año, emprendí camino hacia Mendoza y subí el cerro Franke.

Cumbre del Franke, noviembre 2022
Habitar la montaña
Creo que, otro “antes y después”, lo encontré cuando empecé a habitar la montaña. Cuando las expediciones empezaron a implicar cinco o seis días y eso significaba meterme en la inmensidad de los valles, darme cuenta que salir de allí podría tomarme días, realizar mis primeros vivac en el medio de la cordillera, empezar a moverme de manera más autónoma. La montaña se empezó a meter de a poquito y entonces ya no era posible alejarla.
Venía realizando travesías y montañas de cuatro o cinco mil metros y algo me llamaba mucho la atención. Cuando mis compañeros llegaban al punto cúlmine: la cima de la montaña o el hito que señalaba la frontera Argentina-Chile (en el Cruce de los Andes en enero de 2023) todos lloraban y a mí no se me caía ni una lágrima. La montaña estaba entrando, la sentía, pero no me emocionaba hasta las lágrimas. Eso estaba latente. Quizás las vivencias me habían endurecido, quizás la montaña no se había arraigado dentro de mí.
En abril de 2023 volví a llevar a mi hijo (ya con 9 años) a una nueva experiencia. Realizamos una travesía de 35 kilómetros en las sierras de San Luis conectando los pueblos de La Carolina y Nogolí. Cada vez nos animábamos a más y Fabrizio respondía favorablemente.
Al siguiente mes, fui a Jujuy. Me había anotado para hacer, junto al grupo de entrenamiento, el Nevado de Chañi. La experiencia implicaba varios días en la montaña (ya sabía que eso me gustaba) y el ascenso a casi seis mil metros de altura era el adicional. Siempre se hablaba de la experiencia en la alta montaña, del mal de altura, de las desventuras de muchos, de la felicidad de otros, pero no había tenido esa vivencia. La expedición empezó un 30 de abril y el aire del norte se hizo sentir. Éramos un grupo grande y las charlas acompañaban las caminatas. Al aproximarnos a los últimos campamentos, empecé a sentir algo de miedo. Primero cuando tuvieron que asistir a una chica que bajaba de la cumbre pero, más aún, cuando evacuaron a uno de mis compañeros que estaba descompensado. Y sentí más y más inseguridades cuando, a medida que ascendíamos a su cumbre, mis compañeros se empezaban a volver. Durante el trayecto empecé una charla interior conmigo misma que aún atesoro. En el exterior estaba la nieve, el miedo a resbalarme, el guía que casi ni conocía, los compañeros con los que había cruzado algunas palabras. Al poner mi pie en la cumbre, comencé a llorar como nunca había llorado. Lloré con espasmos. Pienso que esas lágrimas se transformaron en montaña y se quedaron para siempre. Algo así como en Agua para chocolate pero en sentido inverso. Las lágrimas no fueron representaciones de la tristeza que se trasladaron a otras personas sino que se transformaron en hambre de montaña y se quedaron guardadas para mí solita.
Luego, fue bajar y sentir la altura por primera vez. La emoción me duró por meses. ¿Cómo hacer para olvidarse de todo eso? ¿Cómo hacer para explicarle a otro que no la conoce que ya no hay vuelta atrás?
Cumbre del Nevado de Chañi, mayo 2023
En julio de ese año hice un curso de montañismo invernal en Vallecitos (Mendoza). Y en noviembre volví para intentar el cerro Plata aunque las condiciones climáticas me dejaron llegar hasta el col Lomas Amarillas- Vallecitos.
Ese año, el aprendizaje sobre el montañismo comenzó a afianzarse y los vínculos con mi profesión empezaron a esclarecerse. Busco historias en todos lados. Me anoto los relatos o las recomendaciones de otras personas para luego buscarlos o escribir sobre ellos. Ascensos increíbles, datos pocos conocidos, narraciones extraordinarias. Son historias orales o escritas que conectan todo lo que he aprendido en mi carrera y en mi profesión con mi perfil más aventurero. También me animé a rediseñar este blog y compartir lo que escribo. Publico una vez por mes y es un gimnasio de escritura que me conecta con mi perfil más creativo.
Como el tiempo en la montaña resulta significativo en esta historia, en mi historia, en Febrero de 2024 planifiqué dos semanas de vacaciones en Mendoza con el objetivo de quedarme todo el tiempo en zonas agrestes. En la primera parte armamos, junto a un grupo de amigos, los ascensos de los cerros Penitentes, Guimón, Serrata, Amarillo y Quebrada Blanca, y logramos realizar el cien por cien del proyecto.
Luego, realicé una travesía que implicó un gran desafío. Desde armar la ruta, planificar los traslados y la comida, hasta revisar el clima y prever situaciones complejas. Conectar la cumbre del Nieveros con la del Plata incluyó ver la cara sur de la gran montaña, acceder a su cumbre por una ruta alternativa, cargar todo el peso del campamento hasta los casi seis mil metros de altura. El proyecto midió mis capacidades técnicas -que aún intento afianzar- como subir por corrientes de agua, caminar por morenas de hielo, ascender por cuestas cargadas de penitentes, y escalar libre con botas y mitones. También aprendí a escuchar el miedo de los otros, a tratar de sostener la situación cuando el estrés hace su trabajo y, por suerte, me sentí segura.

Cumbre del Plata. Expedición por el filo desde el cerro Nieveros, febrero 2024
El montañismo de exploración, y el armado de rutas desconocidas y técnicas son los nuevos desafíos. Aprender a cada paso. Todo es para sumar experiencia y aprendizaje. Acompañar a otros también se convirtió en un interés pero, por sobre todo, busco habitar la montaña.
Hoy sigo con el mismo grupo de entrenamiento. Muchos entrenadores y guías comenzaron a ser amigos. Muchos compañeros comenzaron a ser co-equipers en la montaña. Aprendo de las actualizaciones pero también me gusta saber los usos de la “vieja escuela”. Intento combinar mi trabajo como investigadora y educadora con esta pasión porque una vez que entrás de lleno en la montaña, ella se mete en vos y ya no hay manera de que se salga.
La gente dice “pero si sos de Buenos Aires”, “tenés un hijo”, “una profesión que dista de estar relacionada con la montaña”, “no tenés un mango” (o quizás sí y no se sabe cómo), “sos medio grandecita para tanta aventura”, “te hace falta más experiencia”. A todos les digo que sí. Sé que hay muchas cosas en contra. Quizás sería más fácil si fuera hombre, de Mendoza o Salta, si tuviera 20 años, si no tuviera hijos, si fuera guía de montaña. Pero nada nunca se me hizo fácil y enfrentarme a nuevos desafíos ya me viene dado en la sangre. Quizás el primer viaje de mi mamá en barco desde Italia cuando tenía 9 años hace que hoy yo sea también un poco así.
Las cosas nunca son fáciles pero, cuando perseguís un sueño y sos inmensamente feliz haciéndolo, no importa todo el resto. Por suerte, yo creo en mí y mi hijo también cree. Él piensa que soy una gran montañista y me regala dibujos en los que estoy en la cima de las montañas. No tengo apuro. No estoy corriendo a contrarreloj. Soy mujer, sola, madre, docente y vivo en el sur del conurbano bonaerense pero también soy escritora, viajera, montañista, investigadora, lectora, deportista y, por sobre todo, soñadora. Así que acá estoy, tratando de acordarme lo poco o mucho -depende desde dónde se mire- de mi experiencia montañera y buscando dejar anotado mi recorrido para no olvidarme que mi curriculum vitae -que al fin y al cabo significa hoja de vida- no solo está signado por todo lo que estudié y trabajé sino también por lo que viví para llegar hasta este punto (que no es un punto final sino, mejor, puntos suspensivos)…
¡Gracias por leerme! Me encanta ver cómo aumenta el número de lecturas en cada uno de los post y agradezco los comentarios que me hacen día a día. Si tenés ganas, te pido que me sigas (ya sé que es un plomo pero ayuda y cada vez que saco un artículo, te llega a la casilla de mail. Más fácil de leer, ¿No?)
¿Te animás a escribir tu propia autobiografía montañera? Me encantaría leerte. Escribime.
Un abrazo
Florencia
0 respuestas
GRACIAS Flor por compartir!! Hermosa tu experiencia de vida y tus Letras… Y a seguir andando!… Cuando me tome un tiempo para escribir, seguramente será el cruce de mareas, la llegada a la otra orilla… Pero por ahora andamos en eso: nadando… por esta inmensidad que llaman Vida, Dios, Amor… Seguimos!!!
Mi querida flor!! Que hermosa historia de vida estás escribiendo, me das mucho ánimo e inspiración. Espero que pronto podamos encontrarnos en alguna salida para seguir disfrutando y aprendiendo. Un abrazo grandote.
La verdad me emocione, siento como si hubiese vivido cada momento con vos, salvo lo escalar jajaja estoy muy orgullosa de vos, siempre para adelante afrontando cada situación, tenes todo por delante Enero te espera!
Hermoso Flor!! Que lindo que algo que te apasiones tanto lo puedas dejar plasmado y contar tus anéctodas e iniciación… Siempre la montaña y uno mismo nos dá un desafío constante pero a la vez satisfactorio! Abrazos!!
Que hermosas tus palabras Flor! Inspirador y motivacional! El camino es siempre hacia arriba!💕🏔️💪🏻
Hermoso el relato, hermoso conocer más de tu historia, quiero seguir leyendo! Mariana
Me encantó Flor! se me puso la piel de gallina en la cumbre del Chañi, por mucha más montaña 🙌🏼🙌🏼🙌🏼
Que hermoso posteo! Un relato maravilloso que atraviesa algo muy profundo que nos lleva por cada uno de esos lugares y por la subjetividad con la que esas montañas se percibían. La montaña en Flor como realidad, pero también como metáfora de vida. Y como excusa para relatar un recorrido que sigue y sigue, sin saber donde queda la cima. ¡Aplausos!
Inspiradora tu historia de vida. El espíritu de montaña es la mejor herencia que le podemos dejar a nuestros hijos.
A mi me la trasmitió mi padre ‘las tormentas pasan, hay que saber esperar y volver a seguir’.
Y ese espíritu es el que me permitió afrontar diferentes situaciones de la vida.
Éxitos en tu próxima expedición!