Lionel Terray (1921-1965) fue uno de los grandes montañistas de la historia. De origen francés, realizó ascensos impresionantes en su país y recorrió el mundo en busca de nuevos desafíos: el Makalú en Nepal, montañas en Alaska y Perú, y nuestro imponente Fitz Roy.
Su carrera es ampliamente conocida por montañistas de todo el mundo (así que, sí, es una lectura “obligada”). A través de su historia no solo conocemos a Terray, sino también el desarrollo del montañismo en la primera mitad del siglo XX. Gran parte de su trayectoria profesional la reconstruimos a través de su libro Los conquistadores de lo inútil, un clásico que siempre aparece en los rankings de “libros de montaña que hay que leer”.
Por supuesto, lo leí. Es un libro extenso y, a veces, arduo: hay muchas referencias a lugares, fechas y detalles que pueden resultar lejanos para quienes estamos en Sudamérica o no tenemos tanto conocimiento previo sobre las montañas del mundo. Aun así, después de unas cuantas páginas —cuando terminan sus comienzos y primeros desafíos— uno empieza a entender al personaje.
El libro arranca desde su nacimiento y se detiene en las incomodidades de su infancia: la casa, la escuela, la sensación de no encontrar su lugar en el mundo. Fue en la montaña donde finalmente se encontró a sí mismo.
Los ascensos de Terray eran, esencialmente, de escalada mixta. Sus relatos se centran en cada cruce complicado, en cada piedra que cae, en cada situación extrema. Es ahí donde la narración se vuelve vertiginosa (aunque para algunos el detalle puede parecer excesivo). Pero también es el momento en que uno empieza a pensar: “Pará, este tipo está loco”, “¿Trepó eso?”, “¿En esas condiciones?”. Y entonces, sí: te metés en la historia, más allá de la relevancia de su carrera.
Además, Terray dedica un tramo importante del libro a relatar su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial. Por sus habilidades como montañista, escalador y hombre fuerte, fue ganando roles y reconocimiento en el ejército.
Después de haber ido a la guerra, de realizar ascensos impresionantes y de esquiar en lugares asombrosos de Francia —muchas veces siendo el primero en hacerlo—, su primera gran lesión llegó… con un vaso, en su casa. ¡¿What?! Casi me muero cuando leí eso. Quedó fuera de juego durante un montón de tiempo por una herida doméstica. Y una se queda pensando. Dicen que las lesiones más tontas —incluso las nuestras— pasan así, cuando nos distraemos, cuando no estamos conectados del todo con lo que estamos haciendo.
Pero bueno, el tipo siguió. Fue reconocido como guía de montaña y ahí marcó la diferencia: te llevaba a escalar con él, ibas de segundo tratando de subir paredes cerca de su casa. Así se fue armando su carrera. Viajó a Canadá como instructor de esquí —era buenísimo—, participaba en las competencias de la época y, con el tiempo, fue convocado a expediciones en el Himalaya.
En aquellos años, muchas montañas ni siquiera tenían rutas trazadas. Por eso, los relatos sobre esas expediciones son tan emocionantes: se plantaban frente a una mole de 8000 metros y ahí decidían por dónde subir.
Finalmente, narra sus ascensos en Perú y Argentina. En el Fitz Roy, ya somos locales, y la lectura se vuelve más cercana. Además, no sé si lo sabés, pero alrededor de su paso por estas tierras —y de la muerte de su compañero— se tejieron relatos que ya son parte de la leyenda. ¿Conocés esa historia?
Al final del libro, entendés todo: Terray fue un montañista de otro planeta.
Subscribe to my weekly newsletter. I don’t send any spam email ever!